viernes, 29 de marzo de 2013

Eternidad con fecha de caducidad

    Me gustan los idiomas olvidados, aquéllos que saben y huelen a erasmus loco, a eternidad joven, a dejadme que pierda el tiempo que a mí de eso me sobra. Me dan mucha envidia los que hablan idiomas raros. Ellos te dicen: Yo hablo noruego, y tú ya sabes que está enamorado de un vikingo de nieve. 
    
    Quiero hablar todos los idiomas raros del mundo, pero para eso necesito tiempo. Tiempo que por ahora tengo, por lo que ni valoro ni aprovecho. Ahora que soy eterno puedo no hacer nada, puedo dormir hasta las tantas todos los fines de semana, puedo quedarme sin neuronas hasta el domingo por la mañana. Y puedo proyectar, proyectos infinitos como mi tiempo con fecha de caducidad.
    
    Proyecto. Proyecto un vikingo de nieve (Ulrike, you know). Y una buhardilla parisiense en cualquier ciudad que no sea París. Proyecto huir de aquí, de las ciudades incoherentes, sin cohesión estética. Proyecto una calle modernista, un Callejón del Gato a la izquierda, un amigo artista a la derecha. Una catedral renacentista de planos góticos. Ahá, proyecto rutas salvajes.

    Proyecto, proyecto y proyecto. Soy eterno y proyecto pero siempre proyectando y nunca cumpliendo. Esta Semana Santa debía escribir veinte mierdas tan largas como estas vacaciones. Y debía leer ab nauseam. Dije: voy a leerme a Proust en un fin de semana. Pero lo cierto es que no hay quien encuentre el tiempo perdido. 
    
    A veces me da miedo que cuando empiece a palpar el horizonte temporal, cuando deje de ser inmortal, piense que ya es demasiado tarde para emprender lo proyectado, para cumplir las promesas, y me limite, entonces, a recordar lo que pude proyectar o lo que proyecté y no cumplí. 
    
    A veces me da miedo, mucho, empezar a morirme. En cinco años dejaré de ser viento, dejaré de volar, me condensaré, la niebla empezará a bajar y yo tendré que buscar un cubo de basura bien visto del que conseguir sobras para no morir prematuramente.
Pero el miedo sólo me viene a veces. A la postre queda mucho, ¡ni siquiera sé ruso!